En La invención de Morel (1940), Adolfo Bioy Casares presenta un personaje anónimo que, a lo largo del texto, se encargará de describir al detalle las condiciones de una isla deshabitada (en apariencia), al mismo tiempo que trata de asegurar su supervivencia. Sin embargo, por medio de este narrador no confiable, el autor argentino también toma en consideración los principios de géneros populares (la ciencia ficción, el relato policial, etc.) para conformar otra especie de forma literaria de base especulativa. Echando mano al recurso de la isla, del objeto del deseo inalcanzable (que se contempla y se persigue), del enigma, el doble y los fantasmas, esta novela contiene una serie de entrampamientos de los que tanto el lector como el mismo protagonista a cargo del diario tendrán que salir (cada cual a su manera). A fin de cuentas, se pretende explorar las irregularidades insulares en relación con el tiempo, la muerte, la violencia, el simulacro y el disfraz. Estos elementos, a su vez, desencadenan otras subestructuras que van de la definición de lugar y la superposición de utopía y distopía, la visión sentimental y la construcción y perdurabilidad de una memoria externa.